ELLA DIJO (Roberto Fontnarrosa)
Vamos a ver, vamos a ver, vamos a pasar todo de vuelta para no caer en contradicciones ni en engaños ni nada de eso. Vamos por parte, arrancando desde el comienzo, desde el principio. Ella estaba parada en la esquina. Muy bien. Ella estaba parada en la esquina y yo le dije “Hola, qué tal”… ¿Así le dije yo? O “Hola” nada más. No, yo le dije “Hola qué tal”, de eso me acuerdo seguro. “Hola, qué tal”. Ella me había visto y… pero… No… Vamos a la verdad de la cosa ¿Ella me había visto? ¿En realidad ella me había visto venir por Urquiza? Porque no se sorprendió, me dijo “Hola” como si ya me hubiera visto venir. O tal vez no, no me vio y lo que pasa es que es poco demostrativa y no se sorprende tan fácilmente. O miraba para mi lado pero en realidad estaba mirando a ver si venía o no venía el ómnibus, como tantas veces que uno mira a lo lejos y no ve lo que está más cerca. Es muy probable, muy pero muy probable que ella no me haya visto venir. Entonces yo me acerco, la encaro — porque la verdad de la milanesa es que yo la encaré bien encarada, como se debe hacer— yo la encaré y le dije “Hola qué tal”. Hasta ahí va bien. Muy bien vamos hasta ahí. Después… pero… No. No nos vamos a engañar, digamos las cosas descarnadamente. Lo único que me falta es que me haga el verso a mí mismo, seamos sinceros… ¡La mina no podía dejar de verme, querido! Ella me vio, bien que me vio cuando yo venía, pero se hizo la tonta, bien la tonta que se hizo, para ver si, en una de ésas yo pasaba de largo, sin darle bola ni pararme a hablarle ni nada de eso. Ésa es la cosa, aunque duela, ésa es la cosa, mi viejo ¿Para qué nos vamos a engañar? ¿Para qué nos vamos a decir una cosa por otra? Se hizo la tonta porque mirando para el lado donde estaba mirando tenía que ser ciega para no verme ¡Si yo venía de frente! ¡De frente a ella venía! Aunque… tal vez tal vez sea una de esas minas, de esas personas, bah, que parecen que están mirando algo pero están en Babia, miran sin ver, están perdidas en sus mundos personales, son gente con una intensa vida interior. Y me parece que esta mina es de esa clase de gente. Se la ve sensible, sensitiva, etérea, qué sé yo… Carismática. Por ahí no me reconoció al venir. Digamos, no estaba acostumbrada a verme ahí, por esa calle. Hay que considerar que me ve siempre en el club y hay que dejar en claro que yo me desvié bien desviado de mi recorrido habitual solo para encontrarla. Eso hay que considerar. Yo fui allí con la peor de mis intenciones, viejo lobo en celo en época de cacería. Después de todo, cuando yo le dije “Hola qué tal”…. ¿Yo le dije “Hola qué tal” o ”Hola cómo te va”. “Hola qué tal” le dije yo, ”Hola qué tal” ¡Puta qué tonto! ¡Debería haber grabado la conversación! Cuando yo le dije eso, ella me miro un instante, un solo instante como si no me reconociera, ésa fue la impresión que tuve. O por ahí no me escuchó muy bien ¿Será sorda? Me muero. Primero chicata que mira sin ver y después sorda. O se hacía la tonta, digamos la verdad. Se hacía la tonta como para disimular el no haberme saludado antes. Más bien se tiró el lance de que yo pasara por al lado y no le dirigiera la palabra O, por ahí, es distraída, ahí está el punto. Distraída como son estas minas así, tan lindas. Están en otra cosa, en otro mundo, en otro nivel ¡Y qué linda estaba ayer! Hermosa, así, con el pelo recogido. No sé si no le queda mejor la cola de caballo que el pelo recogido, mirá lo que te digo. Y ese look,, con el jogging de gimnasia, la pollera tableada y las medias tres cuartos. Por suerte no estaba con esa musculosa violeta ajustada que le vi en el verano porque si estaba con esa violeta nomás me caigo muerto al piso, no me sale una palabra de la boca. En donde me paro frente a ella ahí nomás se me cortan todas las cuerdas vocales de un solo saque y no me sale una palabra. Si estaba con la musculosa violeta yo iba a empezar a gesticular y en vez de darme bola me iba a dar una moneda de limosna esta mina. Por otra parte, si hubiera estado con la musculosa violeta se hubiera muerto bien de frío la pobrecita porque el tornillo que había ayer a la tarde era considerable, te cuento. Pero lo cierto, lo cierto de todo, lo... ¿cómo diríamos? lo pragmático, es que me contestó “Hola”. Bien, así nomás, contestó “Hola”. Yo le dije “Hola qué tal” y la mina contestó “Hola”. Ni una cosa terrible tipo ”Hola mi cielo, mi amor, cómo estás!”, pero tampoco me mandó a la m… ni esas cosas. O hubiera podido quedarse callada también, después de todo ¿Por qué no? Si en el club nunca nos habíamos hablado antes. Nos veíamos, sí, yo la miraba todo el tiempo y eso, pero hablar lo que se dice hablar, hablar, nada. Ni un cabeceo siquiera, yo soy tan tonto que no me animaba. Hay que ser tonto. Pero ahora se acabó, ahora es otra cosa. Ahora Miguelito ha tomado otra actitud y va a los bifes. Encara, apura, exige. Lo pensé y lo hice. “Hola qué tal” dije. Y ella contesó “Hola”. Ni bien ni mal, no exageremos tampoco. Ni es una respuesta para enloquecerse ni tampoco para tirarse debajo de un tren por fría y desinteresada, no. “¿Estás esperando el ómnibus?” le pregunté entonces. No… no… eso fue después. Lo del ómnibus fue después de eso. Yo le pregunté primero “¿Qué hacés?”. Eso mismo. Yo le pregunté “¿Qué haces?”. Una formalidad, digamos, pero que demuestra cierto interés de uno por la actividad de ella, digamos, como que su actividad no te resbala, no te pasa desapercibida. Tal vez debería haberle preguntado algo más inteligente, más profundo ¡Soy un tonto! Días, meses, años preparando el encuentro y no haber pensado en otra pregunta más interesante. Algo referido al cine de Kurosawa, por ejemplo, o al teatro, algo que diera pie para una conversación más comprometida. Pero… mejor no. Mejor no apresurar tanto las cosas. Estuve bien. Estuve bien. Paso a paso, despacito. Nada de atropellarla. No es mi estilo por otra parte. “¿Qué hacés?” Incluso corto, seco, tajante, a lo Mickey Rourke. Nada de “¿Qué hacés?” María, o Isabel, o como se llame. “Peti” creo que le dicen y no le voy a decir Peti a la primera de cambio. “¿Qué hacés?”. Cortito, exacto, económico digamos… ¿Qué dijo ella entonces? “Bien”, dijo. “Bien”, créase o no. Ella contestó “Bien”. Pienso que confundió las preguntas, creyó que yo le había preguntado “¿Cómo estás?”, otra gilada, otra formalidad. Pero es posible, digamos, es seguro que ella creyó eso. No me trago la teoría de que sea sorda. Más bien me confirma lo de su distracción. La cosa es que contestó “Bien”. Cortita también. Como quien no quiere descubrir sus emociones. Como quien no quiere mostrar todas las cartas cuando alguien la apura como la apure yo, bien apurada… También podía estar hinchada las…, seamos sinceros. Y si hay que ser crueles seamos crueles. Por ahí me vio y se la imaginó. Se dijo, “Este tonto me va a venir a atracar, ya me lo veo”. Porque esas minas tan pero tan lindas ya tienen toda una cultura, una prevención con respecto al atraque. ¡Si todos se las quieren levantar! ¡Es un infierno! Ven bajo el barro estas minas. Y eso que yo fui sin mostrar mis intenciones. Bien manso que fui. Si ella se hacía la difícil bien que yo podía decirle “¿Pero vos te pensás que lo que yo intento es atracarte? ¿Quién te crees que sos, Kim Basinger te creés que sos?” le hubiera podido decir. Pero la verdad de la milanesa, la realidad pura, señor mío, mal que le pese a todos los que andan detrás de ella, es que la mina no me rebotó. Me dijo “Bien”, equivocada o no, y me dio pie para seguir con la conversación, ésa es la cosa. Si me hubiera dicho “¿Y a vos qué te importa?” hubiese sido otra cosa y, ahí sí, admito que el intento se podría haber considerado un fracaso. Pero no fue para nada así. Por eso digo que el asunto fue un gran adelanto, mi querido ¡Miguelito viejo, nomás! Un gran adelanto. De no poder ni saludarla en el club, por el miedo o por las circunstancias, a poder ahora hablar con ella cuando se me cante y volver a encararla en el club, hay un gran paso ¿Es un adelanto o no es un adelanto? Tal vez ella, sí… un poco… no nos vayamos de boca… un poco fría, friona. Fría por demás, acordemos. Porque… bien podría haber sonreído un poco. No digo mucho, un poco. Algo, como de compromiso. Aunque yo la he visto bastante seriota en el club. Por ahí es su manera de ser. Por ahí tiene algún quilombo grande en su vida. Por ahí tiene el viejo enfermo o… Pero… Después de que ella dijo “Bien” ¿qué vino? Ah… yo le pregunté si estaba esperando el ómnibus. Le pregunté, sí… Seriota… ¡Hay que ser tonto para disfrazar las cosas! Seriota… ¡Cómo si no la hubiera visto morirse de risa con el rubio idiota ése, en el club! Seria conmigo, en todo caso. Con el rubio bien que se moría de risa. Aunque tampoco hubiera sido muy lógico que se muera de risa con lo que le preguntaba yo. Si venía el ómnibus o qué estaba haciendo. Un tipo casi desconocido como yo, para colmo. Tendría que ser una tarada total, una imbécil. Vamos a tratar de ser sinceros y autocríticos hasta el dolor si es necesario, pero tampoco es la cosa tirarse abajo… ¿De qué se iba reír la pobre mina con las tonterías que yo le preguntaba? ¿Cómo fue que le dije? ¿Estás esperando el ómnibus? Así le dije. Y ella me contesta “Sí”. Es notorio que seguía atenta la conversación. Miento. Dijo “Sí, el 112” . Se ve que quería darme una satisfacción, informarme un poco más. O darme un dato de para donde rumbeaba. No, eso es una pavada, porque después me dijo por donde vivía ¡Ahí tenés otro punto muy positivo! Muy seca, muy calladita, pero se dio maña para decirme por donde vivía “Si el 112” . Será muy distraída pero sabía el ómnibus que tenía que tomar. “¿Vivís lejos? Le dije. “Mendoza al 3000″ contesta. No, primero dudó… “Sí… No” se contradijo. “Sí… No… Mendoza al 3000” . Entonces… ¿Qué pasó después? Ah… se hizo el silencio, ¡Se hizo el silencio! Una brecha, un buco ¡Qué tonto! Me quedé sin nada que decir, qué imbécil. Cuando me acuerdo me hace mal ¿Cómo ese puede ser tan tonto? Porque fue un silencio incomodísimo, estúpido… ¿Cómo llamarlo?… Precario… Porque no fue que los dos nos quedamos en silencio tratando de disfrutar la belleza del momento, no. El silencio se alargaba, se alargaba y a mí no se me ocurría nada para decir. Por suerte ahí no sucumbí a la tentación de decirle “Bueno, chau” y pirarme con la cola entre las piernas, escapando de ese tormento. En eso estuve bien, tuve la templanza de superar ese impulso. Me sobrepuse, enfrié la cabeza y le metí para adelante. “Ah… lejos” le dije. Ya sé, ya sé, una pavada insigne. Pero un recurso más que apropiado para salir del paso. Tanto que ella, y como para evitar caer en otro pozo, tal vez para alentarme, enseguida dijo “¡Qué frío hace!”… ¡Y ése era el momento! ¡Ése era el momento, Dios mío! ¿Cómo pude haberlo dejado pasar? ¡Ese era el momento para decirle “¿Querés ir a tomar un café?” ¡Ese era el momento exacto! Ella tenía frío, estaba oscureciendo y me daba el pie, para colmo; yo tenía que aprovecharlo invitándola a tomar un café, ahí estaba el tiro, mi querido. Y… ¿por qué no lo hice? ¿Por qué? Un poco por miedo, es cierto. Una pregunta de ésas es ya desnudarse completamente, dejar al descubierto los más bajos instintos, pero otro poco porque no se podía, no era posible. Yo estuve bien, pese a todo lo que quiera torturarme, estuve bien. La mina estaba esperando el ómnibus, tenía que volver a la casa, la estaban esperando los viejos, creo que hasta tiene el viejo enfermo y no tenía tiempo para ir a tomar un café. Eso era. Por eso no lo hice. El ómnibus podía aparecer en cualquier momento, por otra parte. Es cierto que yo no lo veía, pero lo intuía, lo olfateaba en el aire. Los ómnibus aparecen de improviso, andan a lo loco, y yo no iba a andar invitándola a un café cuando la piba estaba esperándolo. Y eso que tenía guita para invitarla y todo, te cuento. Pero no me pareció prudente. Es una cosa de respeto hacia la otra persona, hacia el ser querido. No me pareció que… ¡Mentira! ¡Soy un tonto, un idiota atómico! ¡Tenía que invitarla a tomar un café! Dejar sentado un precedente. Aun sabiendo que ella no iba a aceptar porque estaba muy apurada. Y todavía mejor si no aceptaba porque no era mucha la guita que yo tenía, aun yendo preparado. Clavar una pica en Flandes era la cosa, ¿era Flan-des? Hacerle saber bien claramente que el mío es un interés sincero, que yo no vengo con buenas intenciones, que conmigo no cuente como amigo, que a mí no me venga con confidencias de otros noviazgos. No. Tenía que invitarla. Admitámoslo, fui un tonto. Y en eso, para colmo, viene el ómnibus. Yo creo que ahí se empezó a desbarrancar el tema. Ella dijo “Allí viene”, siempre mirando lejos, siempre los brazos cruzados sobre el pecho, apretando los libros de inglés. “Allí viene”. “¿Quién?” dije yo, siempre idiota. ¡Temí que fuera un novio, el rubio, por ejemplo! Te juro que me corrió un escalofrío por la columna, aparte del frío helado que hacía anoche. “El ómnibus” dijo ella. Entonces yo le pregunto, le digo… ¿cómo le dije?… “¿Vas a andar por el club?” ya cuando se subía al ómnibus. Porque… ¡qué rápido que llegó ese maldito hasta la esquina! Después dicen que el servicio urbano es malo. Ella dijo que venía el ómnibus y dos segundos después el ómnibus ya estaba en la esquina. Después quieren que no haya accidentes corriendo estos malditos como corren. ”Sí… No… No sé…” otra vez sus clásicas indecisiones. Ya me tiene podrido con esa indefinición. No sé si es tan inteligente como parece. “Sí… No… No sé…” me dice, subiéndose… “En una de ésas”… Al menos me tiró una esperanza, me dejó abierta una puertita, hasta creo que se sonrió al despedirse… ¿Qué le dije yo, en ese momento? “Nos vemos, entonces” le dije. Una cosa optimista, arriba, un canto a la vida, a la esperanza. Y dando por cerrado el diálogo, sin darle tiempo a agregar nada. Quedándome con la última palabra. Hay que hacer así. A estas minas es como a Maradona, no hay que darles tiempo a pensar. Si lo dejás dar vuelta te pinta la cara, te disfraza el Diego. Con estas minas es lo mismo. “Nos vemos, entonces”, en afirmativa, poniendo yo las condiciones, seguro de mí mismo ¡Vamos Miguelito! Bien, bien, muy bien lo mío. Bien yo, bien yo, muy bien yo. Porque ahora, el sábado, puedo ir al club y encararla directamente, preguntarle algo de nuestro pasado en común. “¿Qué tal el viaje?” por ejemplo. Ahí está. “¿Qué tal el viaje?”. ¿Y si está con el rubio? ¡Mejor, querido, mejor aun! Total, yo no la ofendo ni le digo a ella nada grave. Me acerco y le digo “Hola Peti ¿qué tal el viaje el otro día?” Y el rubio que se muerda los codos. Porque yo, con esa frase, con esa pregunta, estoy dando por sentado un episodio en común, un hecho compartido, en el cual él ha quedado completamente out, afuera, de lado, a la mierda, mirá lo que te digo. Ya está. Muy bien, muy bien… muy bien yo. Es así… Así son las cosas… ¡Qué querés que te diga! Seamos realistas… Miguel, seamos realistas… No me dio ni cinco de pelota. Me contesto así, al voleo, por educación. Porque es una mina educada y no me quiso escupir en la cara. No me quiso cortar el rostro. Pero no me dio ni cinco de pelota. Ni se alegró de verme ni le causó ningún placer conversar conmigo, vamos a la verdad pura de la milanesa. Mejor que dejemos el asunto de lado, de una buena vez por todas y nos dejemos de joder. Caso cerrado. Derrota total. A otra cosa. Basta con la Peti. Se acabó. Nuestra relación ha terminado. A la lona… Pensemos mejor en la Valeria que estará fulera pero me da bola. Bah, pienso que si la encaro me dará bola. Al menos me busca, me habla, me mira cuanto más no sea. No será tan linda como la otra, pero ahí se vislumbra una posibilidad al menos. Vamos adelante con la Valeria. Chau. Listo el pollo. A ver, a otro tema… ¿Cómo forma Central el domingo? En el arco, el Oso. Muy bien, perfecto… ¿Quién va de cuatro? Di Leo, el Camello Di Leo. Me gusta… De dos… Pero ella se sonrió al subir al ómnibus. O yo soy muy tonta o juraría que ella se sonrió al subir al ómnibus. Como un rictus, como un algo pero ella se sonrió. Además, me tiró el dato de por donde vivía. Ella dijo… ¿cómo fue que ella dijo? Ella dijo…
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